Hace tiempo conocí a César Mayordomo, vía Facebook y Cutaway Guitar Magazine, a los que amamos. César es bluesero y vive en Londres así que tras varios privados en Facebook conseguí arrastrarle al lado oscuro para que nos contara un poco el movimiento Blues de la Gran Bretaña. Estaba yo esperando su primer artículo cuando me llega un mail en Facebook en el que me cuenta una de sus aventuras blueseras-tabaqueras en un garito británico, donde la ley del tabaco es tan estricta como en España. Dudé a penas 2 segundos y decidí hacerlo público, porque el blues tiene un punto Friki, satánico y un poco cabrón que la mayoría gente desconoce y en la taberna podemos ser muy frikis y un pelín cabrones. Es una larga historia, una de esas historias que cuando terminas de leer dices absolutamente agotado: «Esto es Blues» 😀 que la disfrutéis. Y recordad, un garito de Blues sin humo, es menos garito de Blues.

Ayer me preparé bien para mi concierto semanal: Pantalones de pitillo negros (homenaje a todos los fumadores perseguidos), camiseta de ACDC, mi gorra de follador y mis sneakers Converse, homenaje a todos nosotros. Partí a Islington y mi culo dio con un garito penoso, pero me pimplé unas pintas y unos rones del copón. Ah, y un canuto a caraperro, de maría fuertecica. Sobre las nueve menos cuarto llegué al concierto; empezaba a las 9. SAM AND THE MELODY BOYS. Curiosos y tal: Excelente armonicista y voz insulsa, pero bastante aceptable. Seguí con la dieta de la pinta y el ron, pero no sin meterme en el camino entre pecho y espalda una botella de vino tintorro, francés creo, y bastante petardo. Mi cabeza empezó a rular y yo soy un tontopijo cuando pienso: Después del concierto, en ese garito, siempre hay jam session. ¡Olé mi niño, que iba a cantar! Como siempre, en mi tónica: mareando. Mis amigos se temían lo peor:


Primero, me costó subir a escenario. De hecho le di una patada a una Gibson que había por allí, pero sin querer, que quede eso claro. Bien empezamos. De repente me percaté de que en su repertorio (lo vi en el papelillo del suelo, ése que escondemos detrás del monitor) había temas que me gusta cantar. Vamos allá, pues: Les pido “Mustang Sally” y la acometemos. Empecé bien. En serio, empecé bien: “All you wanna do is ride around, Sally”; Y toda la peña “¡Ride, Sally, ride!”; Acojonante y tal. Me estaba calentando. ¡Vaya si me estaba calentando! Desde arriba me daba la impresión de que la peña me adoraba, de que me observaban y ¡querían ser yo! Seguí con la canción, invité al guitarrista a su solo, me autoproclamé líder de la banda y ¡ya!: Tema acabado y subidón. La peña aplaudiendo y el de la voz me dice que otro tema. ¡Olé de nuevo!

Yo cuando canto, fumo, porque soy así de chulo, y siempre dejo mi paquete de tabaco sobre uno de los amplis. Yo canto normalmente en España, y allí antes se podía fumar. Me olvidé de que aquella no era mi banda y de que éso era Londres. ¡Y de que estaba en una jam! (¡Borracho que iba, coño!) Así que cuando la banda empezó con el riff de BAD TO THE BONE, yo, chulo como un torero, le di la espalda al público, me acerqué al ampli, pillé mi Marlboro y, con dos cojones, me lo encendí! Todavía de espaldas le solfeé una calada super bluesera: profunda; definitiva…El humo embellecía el momento. Me giré y ¡coño! Me miraban a mí, a mí! Todos: la banda, los de la barra y el público. Me crecí más y más, agarré el micrófono y ¡hala! a cantar! Y otra calada y peña aplaudiendo. Y un tipo de la banda me dice algo al oído y yo me monto que me dice que no se me oye y rectifico el volumen en la mesa! Bueno, en realidad lo que hice fue tocar botones como un mono, sin tener ni pajolera idea de lo que estaba haciendo. Pero yo era el rey. Era mi grupo de blues y yo era dios! Claro, evidentemente, un tipo del pub se me acerca al escenario y me invita a pagar el cigarro. En realidad me lo exigió, y muy enfadado. Yo, ploff! vuelta a la tierra…vuelta a mi vida de fumador prohibido y de pesao de jam session. Pero aquí no acaba la cosa, ahora viene lo mejor.

Sí, lo mejor. Yo no apagué el cigarro, lo tiré. Como cuando lo haces en un pub chulo de esos que antes había en España!: Lo tiré con un par de pelotas. Lo lancé desde el escenario. Iba como una cuba, por Dios! ¿Qué viene después?: ¡Ja! El cigarro cayó en el abrigo de piel de esas sintéticas de una inglesita que pasaba por allí! Y se lo quemé. Madre mía! Yo cantando, perdido pero digno, el novio que me mira y me insulta en algo que creo que era inglés, pero norteño; La tipa voceando: “¡Son a a Bitch!. You´re fuching cun!t” y perlas de esas.

Peña riéndose, la banda que deja de tocar porque el novio se vino a por mí. ¡A pegarme, el cabrón! Paz, por favor, paz!! dije yo por el micro; “we´re just playing the blues”. Y dije algo más pero no recuerdo qué! Alguien me dijo más tarde que no se me oía un pijo porque el shure de los demonios sólo acoplaba y acoplaba; como un delfín. Peroa mí me la sudaba porque yo era Mick Jaegger en Altamont. Me bajo del escenario y les digo que salgamos fuera y así me disculpo y vemos cómo queda la cosa. El propietario del garito prefiere acompañarnos, y el grupo aprovecha la confusión para tomar algo. Yo me sentía Sid Vicious. El guitarrista también sale con nosotros. Es tiempo de hablar y disculpar…

Estamos fuera. Cool. Pero me doy cuenta de que me he dejado el tabaco en el ampli y me escaqueo y entro a por él. Subo al escenario de nuevo, por un lado, a escondidas. Cuando me acercaba por detrás de la batería al amplificador, un Marshall precioso, no sé cómo coño le di una patada al cubata que se había dejado por allí el tipo de las baquetas; imagino que como refrigerio. Y claro, todo el cubalibre regando unas partituras. Porque no podía haber caído sobre el tablado del escenario, no. Tenía que haber unas putas partituras allí. Yo creí que nadie me había visto pero el batería me pilló por banda y me dijo que dejara de enmierdar su vida, please (dijo “please”, lo juro. Hay ingleses educadísimos). “Sorry, mate”, dije yo, con acento cockney que mola mucho, y emigré de allí como una serpiente.

Desde la puerta del pub, el novio, educadamente, me llamaba para salir y aclarar el pifostio. Tan educadamente como es capaz un tipo de Brixton puesto de farlopa. Vamos, pensé, acabemos esto cuanto antes. Y salí. Allí estaba la novia ofendida metiéndole caña al propietario del pub: que si era su culpa por hacer jam sessions y permitir a hijos de perra como yo subir a cantar, que si quién iba a pagar el superabrigo, que si mierdas y la biblia en verso. El tío me dijo que yo, mejor calladito, y que me hiciera a un lado, que luego hablaríamos. Yo obedecí. Como un cobarde borracho. Y me encendí un pito con la superioridad y la seguridad en nosotros mismos que nos da a los bluesmen tantísima experiencia en la vida. ¿De qué preocuparse, buddie? El novio, preocupado por mi salud, supongo, me lo quitó de la boca, lo tiró y lo pisó. Yo me cabreé y le dije que no hiciera eso, que estaba feo. Le perdone la vida y me encendí otro. Y el pavo intentó hacer lo mismo. Pero estuve astuto y esquivé su manotazo. Y le contrarió mucho, porque acompañé mi movimiento con un «unlucky, mate» y eso aquí les jode mogollón. Total, que el tío tira a pegarme un empujón, de hecho me empujó. El amo del pub y otro colega lo pillan y le dicen que tranqui, que “el coletas” (desde ayer es mi nuevo nombre de bluesman, Pony Tail boy, supremo.) va borracho. Yo, apoyado en la pared, disfruto de mi pito y observo cómo se monta la follonera entre ellos: empujones, insultos, puñetados fallados, peña saliendo del pub a ver qué pasaba (mis amigos, no. Creo que estaban con algo importante.) Y la novia, mi heroína desde ayer, gritando y dándome patadas inofensivas, la cretina…je je je.

Yo estaba flipando pero orgulloso por haber montado ese lío yo solito. Más empujones, más insultos y de repente, la novia saca de su bolso una pistola de esas que dan descargas eléctricas y le mete una al guitarrista que ojito periquito!! ¡La madre que la parió qué hija de puta! Pobre hombre. La descarga no fue muy salvaje pero el tío rabiaba de dolor y blasfemaba. Y sacando fuerzas de las pelotas, le metió una hostia a la tía que lo flipas. Yo no sabía cómo salir de allí. Un coche de la poli se detiene. Y más follón. El cantante aparece y quiere matar al novio y a la novia. De repente yo, allí, no tenía nada que hacer. El amo del pub me dice que desaparezca y yo le pregunto si me paga la última. Me miró mal. Entré dentro a por la chupa, la peña me preguntaba y yo sólo les decía que permanecieran dentro, que fuera había sangre y arena. Me encuentro a mis colegas con cara de susto y me dicen que habían tirado el medio pollo de farina que les quedaba al water porque habían visto a la poli. Y lo divertido es que no ha sido los únicos. La hostia, vamos. Salí de allí con tiempo para ver cómo se llevaban al novio y al amo del garito al coche a intentar solucionar las cosas y al guitarrista a un centro de salud. La novia estaba siendo interrogada por una poli que me pareció que estaba buena. Y yo, hecho mi trabajo, desaparecí de plano.


En serio, cuando me alejaba de allí me sentía dentro de una película. Una muy buena. El guitarrista creo que me gritó algo sobre mi madre. Pero me dio igual: yo ya estaba a miles de kilómetros, estaba, going back home, en mi maravillosos mundo de bluesman.