A estas alturas del siglo XXI, Robert Johnson ya no es sólo un músico genial del que conocemos veintinueve canciones y dos fotografías. Con el paso de los años y desde su descubrimiento en los sesenta, se ha convertido en una leyenda que roza la categoría de mito y ofrece la oportunidad de aumentar las cuentas corrientes de algunos, la publicidad de otros que “supuestamente” le conocieron o “han descubierto” nuevos y reveladores datos en su biografía, el lanzamiento y marketing de algunos más que afirman formar parte de su descendencia y los ingresos turísticos de unos cuantos centros y localidades que tuvieron –o no- alguna importancia en su corta vida.
Cerca ya de los actos que celebrarán el centenario de su nacimiento (si es cierto que vino al mundo el 8 de Mayo de 1911, que tampoco eso está claro), de Robert Johnson seguimos teniendo tan pocos datos fiables como hace cuarenta o cincuenta años; pero su leyenda sigue creciendo. Día tras día aparecen nuevos artículos y publicaciones que ofrecen nuevos testimonios “de primera mano”, difíciles de comprobar o directamente falsos. Se colocan placas en edificios, se organizan festivales, se reeditan discos, se hacen homenajes, se cita su persona o sus canciones en libros, revistas, comics, películas, bodas, bautizos y comuniones… ¡Lo que se reirá el bueno de Robert en alguna de sus tumba si llega a enterarse de lo mucho que está dando que hablar!
Lo primero de lo que se reiría es de la cantidad de músicos que le conocieron, compartieron viajes, tocaron con él y fueron sus mejores amigos. Sin entrar en detalles, baste decir que la mayoría de los bluesmen con la edad suficiente (y muchos sin ella) para estar activos en los años treinta afirman haber tenido algún contacto con RJ. Hasta el mismísimo Muddy Waters afirmó no haberle conocido para luego desmentirse y afirmar lo contrario. Si hiciésemos caso a todas las declaraciones, Johnson hubiese pasado los 27 años de su vida dedicado a las relaciones públicas. De tantas declaraciones de amistad y momentos compartidos, si somos rigurosos; sólo habría que hacer eco (y sin creernos todo lo que dicen) a menos de las que se cuentan con los dedos de una mano
También se reiría a carcajadas de las especulaciones sobre el lugar donde reposa. Para empezar, Robert Johnson no tiene una tumba, tiene varias. Y todas constituyen un incremento turístico para las poblaciones que tienen el dudoso privilegio de guardar en su cementerio local los huesos del autor de “Love in vain”.
La que se considera más probable es la que se encuentra en el pequeño cementerio de Mt. Zion Missionary Baptist Church, cerca de Morgan City, a un tiro de piedra de la carretera comarcal nº 7 de Mississipi; para que, como él había cantado “…Mi viejo y maldito espíritu pueda subirse a un autobús Greyhound y marcharse.” Columbia Records pagó una lápida en 1991. Otra se sitúa en Money Road; 11 millas al sur de Iles Morgan City, 10 millas al oeste de Greenwood y cuatro al sur de Itta Bena, en la autopista 7; junto a la Little Zion Church, En 2002 se colocó una lápida.
La tercera más probable estaría en la Payne Chapel Memorial Baptist Church, al norte de Greenwoood y cerca de Quito. Hay unas cuantas más que no vamos a citar para no extendernos. Todas ellas son lugares de peregrinación para fans y curiosos, en las lápidas puedes encontrar púas de guitarra, monedas, botellas de whisky y otras ofrendas… Todo un circuito necrófilo-turístico para aficionados que puede completarse con una visita al legendario Three Forks, en el cruce de la 82 con la 49; el local donde Johnson fue asesinado. Aunque el edificio se derribase hace muchos años, nada tenga que ver con el actual y las últimas investigaciones sugieran que Johnson murió de tuberculosis.
El periplo puede continuarse por los locales donde se efectuasen sus sesiones. Para empezar por el histórico almacén de Dallas donde tuvieron lugar las grabaciones de junio del 37; aunque hay que darse prisa porque los propietarios del edificio se plantean derribarlo aunque la Robert Johnson Fundation (ya hablaremos de ella) está interesada en su compra para crear allí un estudio. El resto de las grabaciones se efectuaron en el Hotel Gunter de San Antonio, Texas (23, 26 y 27 de noviembre de 1936); hoy en día el hotel lleva el nombre de Sheraton-Gunter y una placa instalada en su vestíbulo el 23 de noviembre de 2001 recuerda aquel evento.
Otro capítulo serían el descubrimiento de nuevas canciones. No hace muchos años intentaron colar una falsa toma alternativa de una ellas. Y también se habló de otra desconocida que sería la número treinta de la que supuestamente una empleada de la limpieza había encontrado un acetato en el sótano de un almacén. Poco después se descubrió que era más falsa que un euro de madera.
Lo de las fotografías e imágenes viene de lejos… Bob Dylan cuenta en su autobiografía «Crónicas» que hace ya mucho tiempo, John Hammond (padre) le enseñó -y Dylan la da por buena en el libro- una grabación en la que aparecía Johnson junto a otros músicos tocando la guitarra y la armónica. Más tarde se hizo público que en la película se mostraba un póster colgado tras los músicos que se realizó con motivos publicitarios en 1940. (RJ murió en 1938).
La ultima fotografía “descubierta” por la revista “Vanity Fair” le muestra guitarra en mano y en compañía de (al parecer) Johnny Shines. Se está anunciando a bombo y platillo y ha despertado el interés de Steve LaVere, Elijah Wald, Peter Guralnick, Gayle Dean Wardlow y otros expertos en el tema que parecen estar interesados en la autenticidad de la instantánea y ya están manos a la obra con sus investigaciones.
Probablemente el mundo de la música no gane ni pierda nada si la foto resulta ser lo que parece, pero sin lugar a dudas supondría un notable incremento en la cuenta corriente del propietario.
Tampoco hace tanto que se puso a la venta una guitarra de la que se afirmaba que perteneció a Johnson. El precio rondaba los 6 millones de $ y la web que la ofrecía desapareció al poco tiempo. La Gibson L1 fue una guitarra muy popular en la época, barata y con muy buenas prestaciones de la que se fabricaron y vendieron un buen número de ejemplares. Las pruebas de autenticidad se centraban en algo tan inconsistente como que el veteado de la tapa se parecía al de la que luce Robert en una de las famosas fotos, que además son lo bastante borrosas como para poderse apreciar en detalle.
Y, para acabar (pero no lo último; que estoy seguro de que esto del centenario nos va a traer muchas sorpresas…); a Johnson le crece la familia… A lo largo de su vida, el picha brava de Robert tuvo un extenso e inconcreto número de hijos, todos ellos ilegítimos. Uno de ellos, Claud Johnson, un conductor de camión de más de 70 años, mantuvo una dura batalla legal por sus supuestos derechos. A finales de los 90, un juzgado de Mississipi le declaró único heredero.
Para honrar la memoria del ancestro o, si quieren pensar mal, seguir explotando la gallina de los huevos de oro; Claud ha creado el “Official Robert Johnson Blues Museum” en Cristal Spring, Mississippi. El edificio está abierto al público y es además la sede de la “Robert Johnson Blues Foundation” que preside el propio Claud y tiene como vicepresidente a Steve, uno de sus hijos y como secretario y tesorero a Gregory y Michael; todos ellos nietos de Robert. Lo que se dice un negociete familiar… Steve incluso ha iniciado una carrera cantando versiones del abuelito. Aunque ignoro si lo hace bien o mal, no he tenido redaños para escuchar ninguna de ellas.
En mi papel de abogado del diablo podría seguir aportando ejemplos; pero creo que por hoy ya vale y además, o mucho me equivoco o tendremos tiempo para ver como aparecen nuevas sorpresas. Yo no me sorprendería si el día menos pensado aparecen a subasta en e-bay los calzones de algodón (y sin lavar, claro) que Robert llevaba puestos el día en que vendió su alma al diablo; o saquitos de tierra maldita tomados del mismísimo cruce de caminos… Lo que sea, señores; el negocio es el negocio.
En mi opinión, para saber más de la figura y de la música de Robert Johnson solo nos queda un camino. El de siempre. Pongan un disco suyo en el plato o en el lector de cds, escuchen y déjense llevar. Imaginen lo que quieran y creen su propia fantasía. Será tan válida como cualquier otra y además es gratis.
Y probablemente, el viejo Robert en alguna de sus muchas tumbas; esboce una sonrisa al ver que alguien sigue engordando el mito y hablando, escuchando o pensando en esas veintinueve canciones que, en vida, apenas le reportaron unas monedas y unos breves momentos de gloria.
El resto es literatura o, a lo peor; negocio.
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